PARA SIEMPRE
Nati Cristo
Desde el 13 de abril al 24 de junio de 2024


> Texto por Claudio Iglesias


la mente rosa
La mente rosa es producto de la era nuclear. Lxs pintores de la era nuclear conversan en grandes sillones hundidos, escuchando la música que sale de los parlantes. El anfitrión trae galletitas de yeso en una bandeja, como si estuvieran recién horneadas, y al verlas todes quieren pasarles la lengua. ¿Qué tendrán?, piensan. Tienen tantos colores, deben ser divertidas. Ya están todes un poco perdides, y se hizo tarde. No se sabe si es de día pero a veces, en las fiestas, la comunicación se distorsiona mucho. Entonces, en un pasillo una persona le dice a otra que lo que está haciendo es copiar la forma de todas las galletitas Bagley, incluidas: las sonrisas, los anillos, las boca de dama... ¿En el siglo XX?, le pregunta la otra persona. Porque lo que estoy tratando de hacer yo en el siglo XX es salir muy temprano a pintar en la terraza. O usar la pintura como un diario íntimo.

¿Como diario íntimo? Sí, el autorretrato entendido como una forma de autopercepción visionaria. En el espacio transpersonal, eso plantea dificultades cronológicas: las personas se confunden unas con otras, y todo retrato es un autorretrato entonces. Eso hace que puedas estar un poco en todas partes. En todas las épocas. Y en tus propias épocas también.

Ahora mismo, al ver estas pinturas, estás a la vez en dos tradiciones, que al final se unen. Una es el simbolismo romántico, con un dejo esotérico y otro de ilustración literaria (entre Gustave Doré, Mariette Lydis y Hemilce Saforcada). La otra tradición es la pintura eufórica de nuestra propia época: una pintura que puede ser aniñada (Marcelo Alzetta) o enteógena (Diego De Aduriz). El problema de la geometría siempre es transpersonal. El triángulo quiere copiarse en la mente de las otras personas, y es lo único que quiere, la telepatía. Pero ni el triángulo ni el resto de formas tienen ninguna certeza, aunque puedan copiarse, reflejarse en distintas personas y etapas de la historia: la incertidumbre los acecha por dentro. Las galletitas al final están vacías, aunque sean de yeso sólido: no tienen ningún componente psicoactivo. Son solo galletitas de colores, como los trampantojos que un pintor usaría para engañar a su público.


la mente azul
El pintor está escrutando su maqueta de la tierra plana, rodeada por el firmamento. En la soledad de su taller, con sus símbolos. Prefiere estar a oscuras cuando trabaja, y en silencio, aunque de golpe dice una maldición (que recuerda escucharle repetir a un abuelo, de muy chico, en Italia) cuando la tela se le prende fuego: la llama de la vela que debía ablandar el material endurecido bajo la presión de la espátula de repente pasa cerca de un jirón que colgaba y la cara del pintor se ilumina. Y detrás de su cara, los símbolos que el Papado persigue: la brújula, la medialuna, el sol, el corazón, todos los símbolos de la libertad por los que el elector palatino se rebeló hace poco (con el apoyo inglés) contra los reyes católicos. Frente a las pinturas, el pintor siente que no sabe, o quizás es la pintura la que no sabe.


corazón gris
Rafael Barradas volvió a España desde Milán, en 1917, trayéndose las semillas del futurismo, que había conocido en tierra italiana. Caminó descalzo desde Barcelona a Zaragoza. En el camino casi se congeló, en las sierras cubiertas de nieve. Una campesina le curó los pies.
En Barcelona lo estaba esperando Joaquín Torres García. Juntos entendieron que la pintura debía salir del tedio del costumbrismo y que las ideas más audaces debían ponerse en práctica, cueste lo que cueste. La vibración y el color son elementos para ver la vida real, para mirar el mundo. Hay que entregarse a la ciudad y el movimiento. (“¡Qué caja de música de color llevaba en su alma!”: palabras de Torres García sobre Barradas.)

Que de la realidad solo haya que captar ondas y una especie de radiación espectral no es lo mismo que concentrarse en un espiritualismo estático, encasillado (y que puede encasillarse en su vertiente doméstico-interiorista tanto como en su vertiente paisajística-visionaria). La vida solo existe en las ciudades, y eso también es cierto para la vida de las ondas. Un pintor habla con otro a través de modelos de lenguaje y máquinas interpuestas, incluidas la geografía y el tiempo. El universo es una sucesión de estratos de menor o mayor iluminación interna, desde el punto de vista de un pintor que está trabajando. Detrás de la percepción aletargada que una persona tiene de su ambiente cotidiano (su casa, la calle en la que vive), detrás de cada reflejo de la realidad hay máquinas cada vez más pequeñas hasta la última, la máquina infinitesimal del espacio. (“La última pregunta”, el cuento de Isaac Asimov sobre la incertidumbre del futuro, no termina cuando se produce una especie de revelación de luz en el vacío sino cuando el espacio habla consigo mismo.)

Figuras, grillas, planos: el vocabulario de la geometría también se puede leer como un autorretrato. Pensamos que el yo es una especie de navegador, un punto de vista individual y auto orientado, desprendido de nuestra biografía y de la imagen que vemos frente al espejo. En ciertas condiciones, estas dos facetas de la psicología se separan. Y el yo entendido como puro punto de vista es un yo-cualquiera, un yo-nadie capaz de moverse en el espacio.

Y esta es una de las últimas cosas que voy a decir, y también me gustaría decirla para siempre) y es que la pintura de Nati Cristo no me parece que se relacione tanto con el “paisaje interior” del esoterismo visionario del siglo XX. Roberto Matta, Hilma af Klint, Itell Colquhoun… todos ellos pintaban siguiendo técnicas de visualización, que a veces inventaban ellos mismos. Al revés, creo que aquí no hay nada interior. Todo pasa afuera. La pintura de Nati Cristo también es visionaria y mental, pero trata de la mente de todas las personas que te cruzaste buscando un kiosco o mirando desde un balcón de madrugada. Su expansión mental tiene como sustrato la comunicación y la fiesta, no la soledad. La mente individual es un reflejo de cualquier otra mente y depende cómo ubiques estos cuadros-espejo, vas a hablar con distintas personas.

¿Teorías conspirativas?

Las teorías que valen la pena son todas conspirativas (aunque no aplica siempre la inversa). Sin sus teorías (las teorías que se hace cuando está sola), la pintura se extinguiría. Y no hay nada más lindo que vivir para siempre. Por eso no vamos a decirle que no a ninguna teoría.

Claudio Iglesias


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